lunes, 19 de marzo de 2018

Cuento corto



A la poetiza le robaron el Sol

La mañana del día ocho del mes de las lluvias se despertó dormida, se puso de pie –con el izquierdo primero para no incomodar a su suerte y para burlarse de su muerte acechante- con el parsimonioso ritual de todos los días de todos los amaneceres vividos y por vivir. Luego se santiguó para espantar los espíritus malignos y perversos. Y ahora sí, dejó que su diestro tocara la tibieza del suelo de madera, tanteó las arrastraderas de espuma y color celeste, se deslizó hacia el baño después de correr la cortina rojiza del ventanal sin ser encandilada por la suave iridiscencia del sol.

En el baño sosegó su vejiga a reventar, lavó sus manos tres veces para evitar la posibilidad de un accidente o cualquiera otra tragedia mundana, miró al otro lado del espejo y acabó por fin de despertarse con un grito apagado de estupefacción:
El sol –Helio decía ella- no se reflejaba –como debía hacerlo a esa hora desde oriente-. Miró ipso facto el reloj de latas negras y números rojizos: 6:10, contaba. Sacó su bolso del armario, lo abrió con manos muy pero muy temblorosas, agarró el reloj de pulso que desmintió la versión horaria del reloj de latas negras y números rojizos: 6:14.

Luego encendió el radio en busca de una tercera versión: sólo se dejaba escuchar un barullo espectral de fin del mundo que la obligó a poner la palanquilla en Off, y otro tanto hizo el televisor: sólo dejó ver la feroz lucha entre hormiguitas blanquinegras espectrales de fin del mundo. Exactamente en ese punto del tiempo, en ese instante preciso, despertó en su cama de un golpe, sudorosa y con una terrible sensación de verosimilitud onírica. Repitió sagradamente todo su ritual: pie izquierdo, la santa cruz, pie derecho, lavó sus manos tres veces, se vio en el espejo, y esta vez dejó la cortina para el final: un segundo y medio después del segundo despertar saltó del baño a la ventana, movió la cortina color azul – la había visto de color rojo en el otro sueño- y despertó de pie frente al espejo… De inmediato corrió a revisar los relojes: 6:10 decía uno, 6:14 decía el otro - ¿se había detenido acaso el tiempo?-. Voló hacia la ventana, corrió la cortina de color amarillo macilento – no se percató del extraño cambio- y descubrió, compungida, que había perdido dos maravillas: su realidad y la luz del sol.

Ante tal certidumbre, ante tan magna pérdida se sentó a esperar a que aquello fuere el sueño de un sueño de un sueño – tres sueños similares soñados casi al tiempo y sin el tiempo- , y esperaba despertar en su cama, merced al bullicio del reloj despertador, para poner su pie izquierdo en la madera, santiguarse, poner su diestro, descorrer la cortina color amarillo macilento, sosegar su vejiga, mirar al otro lado del espejo y ver el saludo del Astro desde el Oriente. O quizá, podría despertar sudorosa y trémula por tanto flagelo onírico para mirar el reloj y darse cuenta de que era media noche, que todo había sido una pesadilla en la que soñaba tres sueños en los cuales, luego de la ceremonia diaria, se daba cuenta de que Helio no había salido aún.

¡Pero No! Terriblemente no. La realidad –que también es sueño, un sueño ajeno, divino- es implacable y siempre contraria a los antojos… Nada pasó: se quedó sentada, como sonámbula.

-          Me quedé sentada- decía - por más de dos horas, esperando a que aquello fuese un sueño más, una metáfora más. Dos días después, supe que padecía una extraña enfermedad ocular: no podía ver el Sol. Por ello jamás escribí otro poema, porque mis poemas son hijos de la luz, no nacen en la oscuridad.

Los sueños extraños y simultáneos anunciaron su desgracia y se mofaron de ella mudando el color de la cortina.
La poetisa estaba, desde aquel aciago amanecer, muerta en vida: el Sol era su única inspiración, Helio era su musa.
Esta fue la extraña historia que me  contó Rosa, la poetisa a quien le robaron el sol…


1 comentario:

  1. Este cuento realmente es un deleite literario. Solo puedo manifestar mi gratitud por hacerme partícipe de estas inesperadas lineas que me movieron la imaginación y dejaron en mí un agradable sinsabor.

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